miércoles, 16 de octubre de 2013

LA APOSTURA ENCUMBRADA DEL CASTILLO DE PALMELA
Moisés Cayetano Rosado
La mole del castillo de Palmela se encuentra a unos 5 kilómetros del estuario del río Sado y poco más de 15 del que forma el Tajo frente a Lisboa, ambos ante el Océano Atlántico. Ubicado en lo alto de un promontorio de la Serra da Arrábida, a 240 metros sobre el nivel del mar cercano, vigila el casco urbano de la localidad y domina una amplísima panorámica de los alrededores.
Allá los musulmanes realizan la primera fortificación entre los siglos VIII y IX, siendo ampliada notablemente entre los siglos X y XII. Conquistada por el rey D. Afonso Henriques a mediados del siglo XII,  se realizaron importantes obras de refuerzo. Su sucesor, D. Sancho I, cede la población y sus dominios a la Orden Militar de Santiago en 1186; en los años finales del siglo cayó bajo el poder de los almohades, pero de nuevo pasa a la Orden en los primeros años del siglo  XIII.
La muralla interior, primero de los tres perímetros defensivos que integran el complejo, data de los tiempos de este dominio santiaguista. La torre del homenaje se levantó a principios del siglo XIV, reinando en Portugal D. Dinis (1279-1325), bajo cuyo reinado se realizaron gran cantidad de fortificaciones y se completaron otras anteriores en el área de Lisboa y Alentejo.
Ya durante el reinado de D. João I se procedió a las obras de ampliación y consolidación del castillo (1423), construyéndose la Iglesia -de estilo tardogótico- y Convento, donde se instaló la Orden de Santiago a partir de 1443,  hasta 1834 en que se extinguen las órdenes en Portugal. Todo el legado patrimonial, artístico-monumental interior que hoy disfrutamos, está configurado desde esos tiempos del final del Medievo.
En el siglo XVII, a lo largo de la Guerra de Restauración con España, se levantó el tercer y último perímetro amurallado, necesario para adaptar la fortaleza a las exigencias defensivas surgidas por la aparición de la artillería. Se construyen tres medios baluartes, un baluarte irregular con tenaza, un revellín -ante la puerta del castillo-, todo con camino cubierto, hacia el norte (espacio más vulnerable, de pendiente relativamente suave); se continúa con tenaza y reducto angular al este y otro medio baluarte al sur, espacio defendido fundamentalmente por la muralla primitiva y el propio precipicio del terreno. Y este es el otro legado, complementario, que en el exterior podemos disfrutar y que desde lo alto del castillo observamos como si fueran espolones de un gallo de pelea.
El Convento santiaguista es ahora una de las Pousada más acogedoras del país, y todo el conjunto fortificado está abierto gratuitamente al visitante, que en este espacio reducido tiene ante sí todo un tesoro inigualable de arte religioso, palaciego y militar de la Plena y Baja Edad Media, así como de la Edad Moderna; tesoro también natural, por la belleza del paisaje que domina, de la extensa planicie que se abre hacia el este, los estuarios del Tajo y el Sado al oeste y las ciudades “a sus pies”: Palmela y Setúbal, contempladas a vista de pájaro, que incluso nos lleva más allá de Lisboa.
Únase a ello la oferta hotelera (amplia en la ciudad, aparte de la Pousada), completada con la gastronómica, donde se conjugan los pescados de la cercana Bahía de Setúbal con los afamados queijos amanteigados de Azeitão, el vino tinto de Palmela y sus doces conventuais de amêndoa, açucar e ovos, más las compotas y licores locales, todo tan gustoso de sabor como discreto en el precio.

Hermanada con la extremeña Barcarrota y la valenciana Jávea (además de con S. Filipe y Praia, de Cabo Verde), es fraternal con todo visitante que se acerque a ella, y de ella guardaremos siempre grato recuerdo en la visita.

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