LA APOSTURA ENCUMBRADA DEL CASTILLO DE
PALMELA
Moisés Cayetano Rosado
La mole del castillo de
Palmela se encuentra a unos 5 kilómetros del estuario del río Sado y poco más
de 15 del que forma el Tajo frente a Lisboa, ambos ante el Océano Atlántico.
Ubicado en lo alto de un promontorio de la Serra da Arrábida, a 240 metros
sobre el nivel del mar cercano, vigila el casco urbano de la localidad y domina
una amplísima panorámica de los alrededores.
Allá los musulmanes realizan
la primera fortificación entre los siglos VIII y IX, siendo ampliada
notablemente entre los siglos X y XII. Conquistada por el rey D. Afonso
Henriques a mediados del siglo XII, se
realizaron importantes obras de refuerzo. Su sucesor, D. Sancho I, cede la
población y sus dominios a la Orden Militar de Santiago en 1186; en los años
finales del siglo cayó bajo el poder de los almohades, pero de nuevo pasa a la
Orden en los primeros años del siglo
XIII.
La muralla interior, primero de los tres perímetros defensivos que integran
el complejo, data de los tiempos de este dominio santiaguista. La torre del
homenaje se levantó a principios del siglo XIV, reinando en Portugal D. Dinis
(1279-1325), bajo cuyo reinado se realizaron gran cantidad de fortificaciones y
se completaron otras anteriores en el área de Lisboa y Alentejo.
Ya durante el reinado de D. João I se
procedió a las obras de ampliación y consolidación del castillo (1423), construyéndose
la Iglesia -de estilo tardogótico- y Convento, donde se instaló la Orden de
Santiago a partir de 1443, hasta 1834 en
que se extinguen las órdenes en Portugal. Todo
el legado patrimonial, artístico-monumental interior que hoy disfrutamos, está
configurado desde esos tiempos del final del Medievo.
En el siglo XVII, a lo largo
de la Guerra de Restauración con España, se levantó el tercer y último
perímetro amurallado, necesario para adaptar la fortaleza a las exigencias defensivas
surgidas por la aparición de la artillería. Se construyen tres medios baluartes,
un baluarte irregular con tenaza, un revellín -ante la puerta del castillo-,
todo con camino cubierto, hacia el norte (espacio más vulnerable, de pendiente relativamente
suave); se continúa con tenaza y reducto angular al este y otro medio baluarte
al sur, espacio defendido fundamentalmente por la muralla primitiva y el propio
precipicio del terreno. Y este es el otro legado, complementario, que en el
exterior podemos disfrutar y que desde lo alto del castillo observamos como si
fueran espolones de un gallo de pelea.
El Convento santiaguista es
ahora una de las Pousada más acogedoras del país, y todo el conjunto
fortificado está abierto gratuitamente al visitante, que en este espacio
reducido tiene ante sí todo un tesoro inigualable de arte religioso, palaciego
y militar de la Plena y Baja Edad Media, así como de la Edad Moderna; tesoro
también natural, por la belleza del paisaje que domina, de la extensa planicie
que se abre hacia el este, los estuarios del Tajo y el Sado al oeste y las
ciudades “a sus pies”: Palmela y Setúbal, contempladas a vista de pájaro, que
incluso nos lleva más allá de Lisboa.
Únase a ello la oferta hotelera (amplia en la ciudad, aparte
de la Pousada), completada con la gastronómica, donde se conjugan los pescados
de la cercana Bahía de Setúbal con los afamados
queijos amanteigados de Azeitão, el vino tinto de Palmela y sus doces conventuais de amêndoa, açucar e ovos,
más las compotas y licores locales, todo tan gustoso de sabor como discreto en
el precio.
Hermanada con la extremeña
Barcarrota y la valenciana Jávea (además de con S. Filipe y Praia, de Cabo
Verde),
es fraternal con todo visitante que se acerque a ella, y de ella guardaremos
siempre grato recuerdo en la visita.
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