sábado, 5 de octubre de 2013

CASTILLO DE OLITE: EL ANSIA POR TENER DE TODO
Moisés Cayetano Rosado
En todas las guías turísticas le suelen dar la máxima calificación, y los visitantes a veces son grupos nutridos que se entremezclan y dificultan el deambular: masas entusiasmadas que suben y bajan escaleras y se asoman a los múltiples miradores con la alegría de los niños.
Es el Castillo de Olite, en Navarra, y más en concreto el Palacio Nuevo (pues el Viejo es el actual Parador y al medio quedan las ruinas de la Capilla de San Jorge).
Construido entre los años 1402 y 1424, comprende un conjunto de estancias variadas, pasadizos, jardines y fosos, rodeados de altas murallas, con torres de todo tipo, rematadas en conos invertidos, almenas, finas garitas cilíndricas, mirador también cilíndrico de espectacular anchura, terrazas… Promovido por Carlos III “el Noble”, fue en su día uno de los más lujosos de Europa, aunque -con la conquista de Navarra por Castilla en 1512- sufrió un proceso de abandono y deterioro, que se remató en 1813, al ser incendiado durante la Guerra de la Independencia. Sería en 1923 cuando la Diputación Foral se hizo cargo de él, procediéndose a su restauración.
Vista parcial exterior
Y ahí lo tenemos hoy, salvado de la ruina, muy retocado en sus múltiples elementos y celebrado por todos como una de los mayores atractivos de una tierra que los tiene más que sobrados en su magnífico patrimonio artístico-monumental, aparte del natural y humano.
Sin embargo, a mí no me acaba de agradar. Lo he visitado en medio del disfrute del legado navarro eclesiástico, militar y civil -románico, gótico, renacentista, manierista, barroco, neoclásico…- y me resulta excesivamente recargado de elementos volumétricos. Una especie de conjunto pretencioso, donde la soberbia, la riqueza y el capricho se conjugan para aparecer como la obra suma de todas las artes constructivas. Y entonces, tanta ostentación y mezcla, tanta obsesión por ser “incomparable”, me resulta incluso empalagosa.
Claro que quien conozca mi gusto por el románico y el gótico cisterciense, seguro que encuentra en ello suficiente aclaración. Pero también me rindo ante la belleza del gótico clásico, incluso del final, tan recargado. Y, sin duda, ante el plateresco, el manuelino, el manierista, el barroco, sin olvidar el renacentista y neoclásico y otras manifestaciones posteriores (¡y anteriores, claro!).
Vista parcial interior
Otra vista parcial interior
Pero creo que hay una diferencia absoluta entre lo que es la justa creación de una obra de arte que tiene “cuerpo y alma” y lo que podría ser una obra constructiva corpóreamente impresionante, pero carente del soplo indefinible de lo que nos conmueve.

Sí, la gente estaba muy gozosa y parlanchina asomada en los múltiples ventanales y terrazas del Palacio Real de Olite, pero yo me quedo con las iglesitas y los pueblos armónicos, sencillos, primorosos, de los alrededores.

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