viernes, 20 de junio de 2014

CALATAÑAZOR: MÁS QUE EL LUGAR “DONDE ALMANZOR PERDIÓ EL TAMBOR”

Moisés Cayetano Rosado

Igual que a muchos, Calatañazor me “sonaba” como el lugar “donde Almanzor perdió el tambor” ante las tropas castellanas y leonesas en 1002. Y fue en El Burgo de Osma, yendo a Soria, donde un policía municipal nos dijo que no podíamos perdernos de manera alguna, la visita -a medio camino entre ambas poblaciones- de Calatañazor. El policía, muy bien informado y amable, también nos recomendó otros puntos, como La Fuentona, el Cañón del Río Lobos y la Laguna Negra, que son una delicia natural, y de lo que ya dije algo en otras páginas.
Pero Calatañazor, con sus 70 habitantes de avanzada edad, nos reservaba una sorpresa mayúscula y completa en todos los aspectos.
El origen del nombre parece surgir del árabe Qalat al-Nasur (o Calat al-Nusur, Calat en-Nossur y Calat-An-Asor..., según autores), que tiene el significado de castillo del buitre, nido de águilas para otros. Y el nombre no puede estar mejor puesto, pues se alza sobre un peñasco enorme, calcáreo, fuertemente karstificado, con unos espléndidos alrededores donde abundan los fósiles del Jurásico.
Precisamente, frente al castillo, en la amplia plaza del pueblo, al lado mismo de su recia picota (rollo) del siglo XV, podemos ver el fósil marino más destacado: huellas de palmera de entre 10 y 25 años de antigüedad, que llaman Piedra del Abanico, con impresiones precisas de las grandes hojas estriadas en una oquedad de la roca y en diversas partes de su superficie.
Y desde allí mismo, podemos contemplar la hondonada en toda su magnífica extensión. La llaman el "Valle de la Sangre". Seguramente el nombre se deba al color de las aguas del río Milanos cuando el sol, ocultándose, las refleja; pero la imaginación popular ha forjado una leyenda con la gran batalla que cristianos y moros (al mando de Almanzor) libraron: de sangre se empaparía la explanada, que tomó para siempre esa coloración.
Resiste en pie buena parte de la muralla circundante, construida en el siglo XII por Alfonso I el Batallador. Lo que aún perdura del castillo -impresionante en lo alto- se remonta al siglo XIV o XV, si bien algunas piedras aparejadas al modo árabe hablan de un origen anterior. Conserva también el foso, que lo aislaba y defendía por el lado de la población, derramada a sus pies.
Desde esa altura, la vista se pierde en la masa de 12 hectáreas del más puro sabinar de la provincia. Y vemos en la ladera, como a doscientos metros, tres sepulturas rupestres antropoides excavadas en roca viva, datadas sobre el siglo X, a las que resulta fácil acceder por una vereda desde este inmenso mirador.
En el centro del pueblo podemos admirar la iglesia románica de Nuestra Señora del Castillo (del s. XII, reformada en el XVI). Son de gran mérito la bóveda gótica del ábside y la portada enmarcada en alfiz con una guirnalda ondulada tipo califal; sobre ella tres arquillos ciegos, con columnillas -lobulado el central-, preceden a un óculo airoso, abocinado.
El pueblo está distribuido a ambos lados de la Calle Real, pavimentada con cantos rodados, porticada mediante puntales de madera de sabina que sustentan los pisos superiores y cubren la acera. Resulta armoniosa su diversidad de piedra, madera y barro, ligeramente tortuosa, con callejuelas a sus lados que nos ofrecen rincones deliciosos.
Casas de dos plantas, levantada en piedra la inferior, y pies derechos de sabina, unidos con entramado vegetal o muretes de adobe o tapial, enlucido de barro, la superior. Por fuera, ostentan balcones y aleros pronunciados, así como algunos blasones. Enormes chimeneas cónicas de ladrillos como en falsa cúpula,  y remate en chapas lanceoladas de hierro, destacan sobre los tejados.
Casas rurales que en nada desentonan con el medio y restaurantes donde ofrecen el sugerente lechazo al horno, completan una oferta tentadora. Todo en medio de lo apacible de este pueblo que parece parado a raíz de la batalla con Almanzor, y es un remanso de paz y de belleza, donde la mano del hombre ha puesto lo justo para completar con respetuoso urbanismo a la naturaleza.

A la entrada de la Villa, fuera del recinto amurallado, encontraremos la ermita de la Soledad, románica, bien restaurada, así como la ermita de San Juan Bautista, ya en la vega, de la que solamente quedan los muros y la puerta románica de medio punto. Alejándonos hacia La  Fuentona -esa joya de agua subterránea que mana desde inmensas galerías y forma como una gigantesca lágrima en medio del sabinar-, la vista en lo alto de Calatañazor se nos ofrece como un gran barco varado en el roquedo, alzado de los antiguos mares que cubrieron la zona y conformaron el paisaje calcáreo de páramos, valles, hoces y cañones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario