domingo, 31 de marzo de 2013


LA CRISIS DEL MIEDO
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Solo una situación bélica puede producir más miedo, más temor al presente y a lo que pueda acontecernos en el futuro próximo, que la crisis en la que nos han zambullido y donde nos mantienen, con la cabeza dentro del charco de agua emponzoñada.
Los trabajadores por cuenta ajena, porque pierden masivamente sus empleos, y hoy es el vecino, luego el familiar, ahora uno mismo al que le toca, sin tener perspectivas de un reenganche en la “cadena productiva”.
Los funcionarios, porque ven mermados sus salarios, aumentada la jornada laboral, amenazados de traslados (como los anteriores) y trastocada la antigua seguridad y a veces su independencia de los poderes fácticos.
Los pequeños y medianos empresarios, porque sienten la ruina del de al lado, el cierre del comercio, restaurante, bar, taller, almacén, industria familiar, explotación agraria, que hasta hace poco parecía que iba defendiéndose y saliendo hacia adelante.
Los jóvenes que terminan su formación, porque no encuentran salida no ya en su especialidad, sino en cualquier resquicio que le ofrezca al menos un asidero, por muy en plan “basura” que este sea.
Los jubilados, porque tras repetirles que no iban a ser tocadas las pensiones y mermado su poder adquisitivo, ven que son promesas incumplidas, al tiempo que oyen hablar de “quiebra del sistema”.
Las familias, porque soportan cada día mayor carga impositiva en sus bienes inmuebles, en la compra diaria, en la manguera de la gasolina. Y porque tiemblan pensando en esa espada de Damocles que son los bancos, amenazando sus ahorros, que sienten inseguros, o urgiendo a pagar las hipotecas “amablemente” concedidas, con su arma del desalojo respaldado por la legalidad a su medida.
Los inmigrantes porque pierden la válvula de escape que daba oxígeno a su vida, a los familiares que quedaron en origen.
En tanto, las grandes empresas, los poderosos grupos bancarios, de presión, siguen jugando con sus Bolsas, sus especulaciones. Y continúan forrándose, como ha ocurrido siempre, pero más a lo bestia todavía.
Como en las guerras, sufren las masas indefensas, echadas a luchar: ahora a buscar unos ingresos como sea, rebajando lo que fueron conquistas de más de medio siglo de pelea laboral y sindical: un contrato por horas, algún empleo-basura; seguir con el pequeño negocio malviviendo, compitiendo con el gigante poderoso, a base de grandes sacrificios; olvidar pequeños gastos suntuarios que aliviaban la “lucha por la vida”.
¿Cuándo dejarán de apretarnos el cuello con sus medidas hechas al dictado de intereses mezquinos? Cuando, “cautivo y desarmado” el pueblo que planteó conquistar un mundo humanizado, alcancen los grandes grupos de presión económica sus últimos objetivos: hacer nuevamente su “santa” voluntad.

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