Por Moisés Cayetano Rosado
MARRAKECH.
Marrakech posee, en su Medina (que la UNESCO calificó como Patrimonio Mundial en 1985), multitud de zocos donde es posible comprar, oler, sentir y ver de todo lo imaginable e inimaginable. En ellos, el tiempo no existe; ni el mal humor, si no es el importado por el visitante o provocado por el turista empeñado en indiscretas fotografías; tampoco se conoce la exactitud en precios, sometidos a un amigable y hasta agradecido regateo.
Se desparraman alrededor de la Plaza de Djemaa El Fna (Obra Maestra del Patrimonio Oral, Inmaterial e Intangible de la Humanidad desde 2001, llena de magia y multitudes a cualquier hora), ocupando un amplio espacio al norte de la misma, con una trama de calles, callejas, callejuelas, corralas, pasadizos, adarves, becos… formando un dédalo endiablado, donde se hace casi necesario ir dejando el hilo de Ariadna para no perderse y poder regresar al punto de partida.
Puesto de aceitunas en un zoco de Marrakech |
Olores, colores, sabores, presencias de todo tipo en personas y productos, forman un todo amalgamado, que hay que vivirlo con pasión, tranquilidad y disposición a cualquier sorpresa, siempre controlada y apacible.
Pero en este aparente caos el orden prima: en la colocación de los productos, en la especialidad por calles y sectores, en la disposición de vendedores, proveedores, afanados artesanos…
Son de admirar sus palacios, siendo el Palais de la Bahía una joya del siglo XIX fuera de lo común. O las Tumbas Saädiens, del siglo XVI, pero “ocultas” hasta principios del XX. O las innumerables mezquitas, entre las que sobresale La Koutoubia, del siglo XII, cuyo minarete almohade de 77 metros tanto recuerda a la Giralda de Sevilla. O sus murallas de adobe rojo, del mismo siglo, con 17 kilómetros de longitud, entre 8 y 10 metros de altura y un espesor de 1,60 a 2 metros. O sus espléndidos jardines…
Aún así, yo me quedo con el palpitar del gentío de esa mítica Plaza y de los zocos, su música, sus cantos, su intenso vocerío, su ajetreo.
Por otra parte, Marrakech es punto de partida para escapadas tentadoras.
ESSAOUIRA.
A 180 kilómetros al oeste se encuentra la Ciudad-fortaleza de Essaouira, cuya Medina también fue clasificada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2001.
Cabras en un argán |
La fortificación de Essaouira, del siglo XVIII, sustituyó y amplió la inicial de 1507, construida por los portugueses en su ocupación de la ciudad. Curiosamente, los cañones defensivos son de fabricación holandesa y española.
Dentro está su extraordinaria Medina medieval, llena de calles laberínticas, plazoletas, mercados, baños, hotelitos, restaurantes donde comer a precios moderados el magnífico pescado de su puerto, el más importante de Marruecos, por la cantidad, variedad y calidad de las capturas.
Entrada a la Medina de Essaouira |
Este puerto es un lugar privilegiado. Delicioso para los amantes del pescado de todo tipo, mariscos de todos los tamaños... ¡Y qué vistas desde allí a la ciudad y al mar, con las bandadas de gaviotas siempre planeando! Al lado, una playa inmensa siempre frecuentada por nativos y turistas, de arena fina y aire reparador para los calores del verano, que aquí bajan 10 grados con respecto al interior.
VALLE DE OURIKA.
Alto Atlas |
Pueblo en el Alto Atlas |
Pero si se desea regresar el mismo día, mejor decidirse por las faldas del Alto Atlas en su vertiente norte. Y así, tenemos el Valle de Ourika, a unos 100 kilómetros de Marrakech, al sureste.
Cascada en el Valle de Ourika |
Las cascadas son impresionantes, pudiendo acercarnos a las mismas en barcas dispuestas para ello en la laguna que abajo se forma. Y es posible comer casi al borde de las mismas en deliciosos restaurantes donde te ofrecen harira, cuscús, tajines y brochetas de cordero, té verde y dulces de almendra, sésamo y miel, a precios que no son los acostumbrados “abusos de turistas” de otras latitudes.
En el camino, numerosos pueblos ofrecen el atractivo de sus construcciones a la vera de la carretera, llenos de tiendas para todo, almacenes, talleres, gente en la calle, niños en las cercanías siempre jugando al fútbol. Y es posible toparse con un mercadillo abierto en alguno, pues se suele disponer cada día de la semana en uno diferente. Allí, la compra-venta es apabullante: todo tipo de productos artesanales, hortícolas; ovejas y gallinas vivas que te preparan al instante, limpiándolas y despiezándolas a demanda; multitud de burros donde acarrean los productos para vender y los que se han comprado; zonas para comer lo que se adquiere; música, griterío.
Mercadillo en el Valle de Ourika |
Una oferta, en fin, extraordinaria, combinando ciudad tumultuosa con pueblos apacibles; costa con montaña; zocos abigarrados con valles donde la simpatía bereber está presente a cada paso. ¡Ah!, cuidado, no llevar naranjas por los senderos del valle de las cascadas: los monos que habitan por los árboles de este territorio son especialmente propensos a subírsenos encima para hacerse con alguna.
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