martes, 15 de enero de 2013

En la Plaza de Djemaa El Fna (Marrakech)
DE LA COSTA A LA MONTAÑA, DESDE MARRAKECH

Por Moisés Cayetano Rosado

MARRAKECH.
Marrakech posee, en su Medina (que la UNESCO calificó como Patrimonio Mundial en 1985), multitud de zocos donde es posible comprar, oler, sentir y ver de todo lo imaginable e inimaginable. En ellos, el tiempo no existe; ni el mal humor, si no es el importado por el visitante o provocado por el turista empeñado en indiscretas fotografías; tampoco se conoce la exactitud en precios, sometidos a un amigable y hasta agradecido regateo.
Se desparraman alrededor de la Plaza de Djemaa El Fna (Obra Maestra del Patrimonio Oral, Inmaterial e Intangible de la Humanidad desde 2001, llena de magia y multitudes a cualquier hora), ocupando un amplio espacio al norte de la misma, con una trama de calles, callejas, callejuelas, corralas, pasadizos, adarves, becos… formando un dédalo endiablado, donde se hace casi necesario ir dejando el hilo de Ariadna para no perderse y poder regresar al punto de partida.
Puesto de aceitunas en un zoco de Marrakech
Olores, colores, sabores, presencias de todo tipo en personas y productos, forman un todo amalgamado, que hay que vivirlo con pasión, tranquilidad y disposición a cualquier sorpresa, siempre controlada y apacible.
Pero en este aparente caos el orden prima: en la colocación de los productos, en la especialidad por calles y sectores, en la disposición de vendedores, proveedores, afanados artesanos…
Son de admirar sus palacios, siendo el Palais de la Bahía una joya del siglo XIX fuera de lo común. O las Tumbas Saädiens, del siglo XVI, pero “ocultas” hasta principios del XX. O las innumerables mezquitas, entre las que sobresale La Koutoubia, del siglo XII, cuyo minarete almohade de 77 metros tanto recuerda a la Giralda de Sevilla. O sus murallas de adobe rojo, del mismo siglo, con 17 kilómetros de longitud, entre 8 y 10 metros de altura y un espesor de 1,60 a 2 metros. O sus espléndidos jardines…
Aún así, yo me quedo con el palpitar del gentío de esa mítica Plaza y de los zocos, su música, sus cantos, su intenso vocerío, su ajetreo.
Por otra parte, Marrakech es punto de partida para escapadas tentadoras.

ESSAOUIRA.
A 180 kilómetros al oeste se encuentra la Ciudad-fortaleza de Essaouira, cuya Medina también fue clasificada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2001.
Por el camino, llegando a esta ciudad costera, contemplamos a un lado y otro extensos campos de argán, que también llevó a la UNESCO a otorgarle la apreciada calificación de Reserva de la Biosfera Arganeraie, en 1998. Este árbol, endémico de los semidesiertos calcáreos, posee un fruto de piel espesa y amarga que envuelve a una almendra, cuyo aceite es muy apreciado por sus valores alimenticios y cosméticos; jabones, cremas, lociones… cuidan la piel, el cabello, regulan el colesterol, reduce la hipertensión… y dan trabajo a buen número de mujeres agrupadas en cooperativas, que desarrollan un trabajo artesanal que no difiere mucho del realizado en la Edad Media, ni siquiera al modelo neolítico.
Cabras en un argán

La fortificación de Essaouira, del siglo XVIII, sustituyó y amplió la inicial de 1507, construida por los portugueses en su ocupación de la ciudad. Curiosamente, los cañones defensivos son de fabricación holandesa y española.
Dentro está su extraordinaria Medina medieval, llena de calles laberínticas, plazoletas, mercados, baños, hotelitos, restaurantes donde comer a precios moderados el magnífico pescado de su puerto, el más importante de Marruecos, por la cantidad, variedad y calidad de las capturas.
Entrada a la Medina de Essaouira
Este puerto es un lugar privilegiado. Delicioso para los amantes del pescado de todo tipo, mariscos de todos los tamaños... ¡Y qué vistas desde allí a la ciudad y al mar, con las bandadas de gaviotas siempre planeando! Al lado, una playa inmensa siempre frecuentada por nativos y turistas, de arena fina y aire reparador para los calores del verano, que aquí bajan 10 grados con respecto al interior.
Fortaleza de Essaouira. Inicial construcción portuguesa. Cañones holandeses y españoles.

VALLE DE OURIKA.
Alto Atlas
Hacia el sur de Marrakech se extiende la inmensa cordillera del Alto Atlas. Lo tentador es atravesarla para acceder al otro lado de estos picos que sobrepasan los 4.000 metros de altura, y llegar hasta Ouarzazate, a la orilla del desierto; visitar en las cercanías las magníficas kasbahs (ciudades-fortalezas, que servían de amparo a los caravaneros). Pero eso implicaría -para saborearlo a placer- hacer noche en la zona, lo que es, sin duda, una opción tentadora.
Pueblo en el Alto Atlas
Pero si se desea regresar el mismo día, mejor decidirse por las faldas del Alto Atlas en su vertiente norte. Y así, tenemos el Valle de Ourika, a unos 100 kilómetros de Marrakech, al sureste.
Cascada en el Valle de Ourika
Está cortado por el río del mismo nombre, que forma extraordinarias cascadas en un terreno fuertemente erosionado, con buen número de fósiles terciarios, que incluso vemos en las fracturas del terreno, especialmente en las raíces petrificadas que retienen la tierra en los cortes verticales de la misma.
Las cascadas son impresionantes, pudiendo acercarnos a las mismas en barcas dispuestas para ello en la laguna que abajo se forma. Y es posible comer casi al borde de las mismas en deliciosos restaurantes donde te ofrecen harira, cuscús,  tajines y brochetas de cordero, té verde y dulces de almendra, sésamo y miel, a precios que no son los acostumbrados “abusos de turistas” de otras latitudes.
En el camino, numerosos pueblos ofrecen el atractivo de sus construcciones a la vera de la carretera, llenos de tiendas para todo, almacenes, talleres, gente en la calle, niños en las cercanías siempre jugando al fútbol. Y es posible toparse con un mercadillo abierto en alguno, pues se suele disponer cada día de la semana en uno diferente. Allí, la compra-venta es apabullante: todo tipo de productos artesanales, hortícolas; ovejas y gallinas vivas que te preparan al instante, limpiándolas y despiezándolas a demanda; multitud de burros donde acarrean los productos para vender y los que se han comprado; zonas para comer lo que se adquiere; música, griterío.
Mercadillo en el Valle de Ourika

Una oferta, en fin, extraordinaria, combinando ciudad tumultuosa con pueblos apacibles; costa con montaña; zocos abigarrados con valles donde la simpatía bereber está presente a cada paso. ¡Ah!, cuidado, no llevar naranjas por los senderos del valle de las cascadas: los monos que habitan por los árboles de este territorio son especialmente propensos a subírsenos encima para hacerse con alguna.

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