VISIÓN EN MARRAKECH
En una entrada de la Plaza de Djemaa El Fna, Marrakech. |
Moisés Cayetano Rosado
Hablaremos reposadamente de Marrakech y sus alrededores, desde donde escribo estas líneas. Ciudad de Medina extraordinaria, Patrimonio de la Humanidad, con sus murallas de barro rojo; sus palacios, cuyo encanto nos recuerda a los de Granada o los Reales Alcázares de Sevilla, así como sus numerosas torres de mezquitas a la Giralda de ésta última; sus zocos interminables; el caserío laberíntico del corazón urbano, el secretos de sus tumbas imperiales...
Esa Plaza de Djemaa El Fna, Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, donde se mezclan olores, sabores, cantos, música, gritos, movimiento de todo tipo; encantadores de serpientes, aguadores, saltimbanquis, tatuadoras, pedigüeños; tiendas, tenderetes, puestos de comidas, bebidas, regalos variopintos; multitudes paradas, caminantes, peatones, motociclistas, motoristas, conductores de carros tirados por caballos, por burros...
Tampoco está demás realizar una visita a sus barrios extramuros. La parte europea de Gueliz; la zona residencial de Hivernage. El conjunto impresionante de palmeras, extensiones enormes de frondosos olivos, que abrazan la ciudad.
Toda una mezcolanza de occidentalismo y tradición musulmana y bereber en convivencia armónica, adobada por un caos circulatorio que se autorregula como por mano invisible y milagrosa. Serpenteando las motocicletas (eso sí, bastante silenciosas) entre los coches, autobuses, peatones... con un ritmo frenético que a nadie detiene, vaya sobre ruedas o a pie. Y una presencia humana permanente en las calles, alegre, respetuosa y vitalista, que invita a la salida noche y día, mantenida en actividad por el impulso de sus tiendas multicolores, frutales, humeantes de asados y cocidos, donde el borrego, el pollo y la ternera son los reyes sacrificados a nuestro apetito.
Visita recomendable para todos, con una oportunidad magnífica para acercarse un día a la Cordillera del Atlas, grandiosa, nevada en sus alturas de más de 4.000 metros, con pueblos bereberes que apenas se destacan de la tierra rojiza donde se ubican sus muros de igual color. U otra escapada a la costa, a la ciudad de Essaouira, también Patrimonio de la Humanidad, cuya fortaleza la edificaron los portugueses durante su ocupación.
Todo un lujo al alcance de la mano. Ni lejos ni caro. Turístico, pero sin abuso para el bolsillo del viajero.
Una ciudad maravillosa y sorprendente. Y Essaouira una auténtica perla.
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