La Codosera. Un pueblo con Raíces y Costumbres
Rayanas
Autor: José Luis Olmo
Berrocal. Prólogo de Manuel Vilés Piris.
Edición propia
(colaboración: Ayuntamiento de La Codosera, Los Riscos y Granja el Cruce). 2012. 245
páginas más 17 introductorias.
Llevo leídos un buen número de monografías
locales que abordan la historia, costumbres, fiestas, profesiones, tradiciones…
del lugar, tamizadas por las vivencias de los autores, que han vivido -por su
edad- a caballo entre la tradición y la modernidad. Y el estudio sistematizado
que emprendieron, junto a la pasión y el cariño -al que unen la añoranza-,
hacen de éstas unas obras generalmente sentidas, llenas de vida e impagable
información para todos en general y para los antropólogos sociólogos e
historiadores en particular.
En este sentido, La Codosera. Un Pueblo con
Raíces y Costumbres Rayanas, de José Luis Olmo Berrocal, cumple ampliamente
las expectativas con que abordo semejantes lecturas. A la información variada y
meticulosamente explicada se suma un manejo literario notable, que “obliga” a
leer todo el texto de un tirón, ya que éste -ilustrado con muy variadas e
interesantes fotografías actuales e históricas: un total de 192 ilustraciones-
se hace sumamente ameno, aparte de instructivo.
La obra está dividida en cinco capítulos. En el
primero hace un repaso del contexto geográfico, urbano y patrimonial del
pueblo, empezando por aquello que define su particularidad bicultural: la Raya,
esa frontera artificial que en los momentos de confrontación supuso el filo de
un cuchillo afilado por el odio ajeno, y en los de paz un recurso para la
supervivencia, a base de intercambios de subsistencia, dando lugar al
contrabando. Tras ello, da un repaso no sólo por el río Gévora que mínimamente
nos divide, sino que se interna en la población, sus calles plaza, fuentes,
fondas, escuela, gente, subiendo hasta “el doblado”, esa parte alta, tan útil
de las casas como almacén, secadero de productos de la matanza y lugar de juego
para los niños.
En el segundo capítulo -Tradiciones-, nos
coloca apasionadamente ante hitos fundamentales del latir rural que se ha ido
perdiendo en los últimos decenios, pero que fueron preservados a lo largo de
los siglos, hasta bien entrada la segunda mitad del pasado siglo XX: matanza,
bodas, festividades, coplas, entierros… que estaban regulados por un saber
ancestral y por unas necesidades rigurosamente abordadas, con sus reglamentos
no escritos.
En el tercero -Fiestas y entretenimientos-,
hace un repaso por todo aquello que a los que hemos pasado nuestra infancia y
primera juventud en un pueblo nos suena a universal coincidencia: el cine, el
baile, las ferias y fiestas, la talla de los quintos… y la aventura apasionante
de la “búsqueda” y observación de los nidos por los niños, que era un
descubrimiento y seguimiento de la vida para ellos.
En “Profesiones y oficios” -capítulo cuarto-,
nos presenta esas actividades laborales que se han ido perdiendo de una forma a
veces radical, o subsistiendo otras tremendamente transformadas. Y así, entre
las primeras no podía faltar, en un pueblo rayano, el mochilero, así como en
unos tiempos de posguerra el estraperlo. Pero también están aquellos oficios
entrañables como el de pregonero, o zapatero. Otros penosos, pero que daban
trabajo a tantos que con la mecanización se vieron desplazados, como el de
segador. No falta el barbero, tan diferente ahora en su labor y trato, entonces
dado a la compañía, la tertulia sin prisa. El panadero… Los primeros coches,
los primeros negocios… de donde ha salido ese tan peculiar, expansivo y
puntero, dentro de lo familiar, como es “La Granja el Cruce”, capaz hoy día de
sobrevivir sin traumas a la crisis, expandido por toda Extremadura.
El último capítulo, Semblanzas, nos presenta a
doce personajes del pueblo o que han ejercido su profesión en él,
identificándose como uno más del mismo, cual es el caso de la maestra Josefa
Martín Cotano. Médicos, profesores, militares, alcalde (Luis Ochoa del Solar,
el que más tiempo estuvo en el cargo; en la Guerra y posguerra), telefonista
(de las que atendían “la centralita” en forma casi artesanal), personajes
entrañables y peculiares… para terminar homenajeando a su castillo “en la
actualidad -dice finalizando- lo que queda de él, se encuentra en manos
privadas en un periodo de letargo del que desearíamos saliese pronto”. Y hace
votos por poder acceder a sus instalaciones libremente, como tantos visitantes
del pueblo desean.
Un libro, en fin, de vivencias, de testimonios,
que da cuenta de un mundo que se nos escapa de las manos, con sus dificultades,
sus problemas, sus prejuicios sociales a veces muy encorsetados, pero también
con riqueza humana y la ejemplaridad de unas generaciones que supieron llenar
de contenido apasionado su vida, su trabajo, sus relaciones cotidianas y especiales.
Cálida, amorosa y acertadamente, nos lo rememora José Luis Olmo Berrocal en
estas páginas, glosadas en el prólogo
por el alcalde de La Codosera y diputado provincial Manuel Vilés Piris.
MOISÉS
CAYETANO ROSADO
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