martes, 20 de agosto de 2013

MONSARAZ, LA PIZARRA HECHA ENSUEÑO
Moisés Cayetano Rosado
Quien visite Monsaraz -a una docena de kilómetros de la raya con España, allá donde el río Guadiana deja de hacer frontera con la provincia de Badajoz, entre Cheles y Villanueva del Fresno-, se sentirá extrañado de una cosa: que aún no sea Patrimonio de la Humanidad, a lo que aspira desde hace algún tiempo.
Monsaraz, situada a 90 kms. al suroeste de Badajoz y 60 kms. al sureste de Évora, es una población sorprendente. Encaramada -como tantas en la frontera- en lo alto de un vistoso montículo, a los pies del Guadiana, conserva vestigios desde la más remota prehistoria, abundando en los alrededores buen número de megalitos, que merecen una visita. Pasó por ella la civilización romana, a la que siguieron los visigodos, llegando en el siglo IX a ser tomada por los moros y formar parte enseguida del reino de Badajoz. Sería Geraldo Sem Pavor (una especie de Cid Campeador de la Raya extremeño-alentejana) quien la conquistaría en 1167, aunque los almohades la recuperan en 1173.
Cuando en 1252 es reconquistada por don Sancho II, fue entregada a los Templarios, obteniendo once años después carta foral. Desde esa fecha hasta el final de las guerras de Restauración contra España, a mediados del siglo XVII, vivió su época de esplendor, pues constituyó una plaza fuerte de vital importancia. De ahí su extraordinario legado arquitectónico militar, tanto en fortificación medieval como abaluartada, que le recubren como un doble caparazón de tortuga inexpugnable. Y lo sorprendente, para los que venimos acostumbrados a visitar fortalezas de granito, caliza o piedra arenisca, es la casi exclusividad de piedra pizarrosa en los enormes paredones, torres, castillo, e incluso iglesias, casas y hasta empedrado de las calles.
Por cierto, todo se conserva, tras sabias y oportunas restauraciones, en un grado óptimo, admirable. Da un poco de sana envidia, pues no es fácil que una población que pierde su importancia estratégico-militar y económica, y que queda fuera de ruta (para acceder a ella hay que ir intencionadamente a ella y sólo a ella), esté tan vital, habitada, activa y sabiamente rehabilitada, sin el mal gusto de la especulación rápida o de las torpes actuaciones oficiales, corrientes en otros ámbitos.
Tras pasar los distintos lienzos de murallas, por callejas estrechísimas e impecables, llegaremos a su calle central, que viene a ser como una espina dorsal de su cuerpo en forma de pez. Allí está la Iglesia Matriz (Nuestra Señora de la Lagoa), de los siglos XVI al XVIII, de airosas torres y columnas poderosas de pizarra, con cabecera de estilo góticorromano; una picota del siglo XVIII y, al fondo, el castillo, de forma casi redonda, donde se celebran a veces corridas de toros y exhibiciones ecuestres.
 Subiendo a la Torre del Homenaje dominamos un hermoso paisaje de lomas de pastos y encinares. Pero, en realidad, todo el pueblo es un gran mirador, y desde las terracitas de sus pequeños y bien cuidados restaurantes podremos contemplar puestas de sol llenas de malvas, rosados y, a veces, rojo encendido de la gran planicie alentejana.
Su Museu do Fresco, situado al lado de la Iglesia Matriz, atesora el Fresco do Bom e do Mau Juiz, considerada la única pintura mural con temática política en Portugal. Es una representación alegórica de la justicia terrena y de la divina, descubierto en 1958 en el antiguo Tribunal de la villa, posiblemente de finales del siglo XV. En él se denuncia la corrupción humana mostrando un juez que admite sobornos, al tiempo que el juez divino ejemplifica el camino de la rectitud incorruptible. Pintura mural tardogótico de alto valor artístico y contundente denuncia intemporal.

La villa, de poco más de 700 habitantes, está llena de tiendas de recuerdos, y es posible comprar a precios razonables piezas de alfarería, de corcho y mimbre, así como mantos tradicionales de lana multicoloreada. El vino de la zona (vinho de Reguengos de Monsaraz, concelho del que forma parte) es un caldo con cuerpo, de los que se pegan a la garganta e invitan a comer su incomparable borrego ao forno, su cabrito y los omnipresentes ensopados.

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