MONSARAZ, LA PIZARRA HECHA ENSUEÑO
Moisés Cayetano Rosado
Quien visite Monsaraz -a una docena de kilómetros de
la raya con España, allá donde el río Guadiana deja de hacer frontera con la
provincia de Badajoz, entre Cheles y Villanueva del Fresno-, se sentirá
extrañado de una cosa: que aún no sea Patrimonio de la Humanidad, a lo que aspira
desde hace algún tiempo.
Monsaraz,
situada a 90 kms. al suroeste de Badajoz y 60 kms. al sureste de Évora, es una
población sorprendente. Encaramada -como tantas en la frontera- en lo alto
de un vistoso montículo, a los pies del Guadiana, conserva vestigios desde la
más remota prehistoria, abundando en los alrededores buen número de megalitos, que merecen una visita. Pasó
por ella la civilización romana, a
la que siguieron los visigodos, llegando en
el siglo IX a ser tomada por los
moros y formar parte enseguida del reino de Badajoz. Sería Geraldo Sem Pavor (una especie de Cid Campeador de la Raya
extremeño-alentejana) quien la conquistaría en 1167, aunque los almohades la recuperan en 1173.
Cuando en 1252
es reconquistada por don Sancho II, fue entregada a los Templarios,
obteniendo once años después carta foral. Desde esa fecha hasta el final de las guerras de Restauración contra España, a mediados
del siglo XVII, vivió su época de esplendor, pues constituyó una plaza
fuerte de vital importancia. De ahí su extraordinario legado arquitectónico
militar, tanto en fortificación medieval como abaluartada, que le recubren como
un doble caparazón de tortuga inexpugnable. Y lo sorprendente, para los que
venimos acostumbrados a visitar fortalezas de granito, caliza o piedra
arenisca, es la casi exclusividad de
piedra pizarrosa en los enormes paredones, torres, castillo, e incluso
iglesias, casas y hasta empedrado de las calles.
Por cierto, todo
se conserva, tras sabias y oportunas restauraciones, en un grado óptimo,
admirable. Da un poco de sana envidia, pues no es fácil que una población
que pierde su importancia estratégico-militar y económica, y que queda fuera de
ruta (para acceder a ella hay que ir intencionadamente a ella y sólo a ella),
esté tan vital, habitada, activa y sabiamente rehabilitada, sin el mal gusto de
la especulación rápida o de las torpes actuaciones oficiales, corrientes en
otros ámbitos.
Tras pasar los distintos lienzos de murallas, por
callejas estrechísimas e impecables, llegaremos a su calle central, que viene a
ser como una espina dorsal de su cuerpo en forma de pez. Allí está la Iglesia Matriz (Nuestra Señora de la
Lagoa), de los siglos XVI al XVIII, de airosas torres y columnas poderosas
de pizarra, con cabecera de estilo góticorromano; una picota del siglo XVIII y, al fondo, el castillo, de forma casi
redonda, donde se celebran a veces corridas de toros y exhibiciones ecuestres.
Subiendo a la Torre del Homenaje dominamos
un hermoso paisaje de lomas de pastos y encinares. Pero, en realidad, todo el pueblo es un gran mirador, y
desde las terracitas de sus pequeños y bien cuidados restaurantes podremos
contemplar puestas de sol llenas de malvas, rosados y, a veces, rojo encendido
de la gran planicie alentejana.
Su Museu do Fresco, situado al lado de la Iglesia
Matriz, atesora el Fresco do Bom e do Mau Juiz, considerada la única pintura mural con
temática política en Portugal. Es una representación alegórica de la
justicia terrena y de la divina, descubierto en 1958 en el antiguo Tribunal de
la villa, posiblemente de finales del siglo XV. En él se denuncia la corrupción
humana mostrando un juez que admite sobornos, al tiempo que el juez divino
ejemplifica el camino de la rectitud incorruptible. Pintura mural tardogótico
de alto valor artístico y contundente denuncia intemporal.
La villa, de poco más de 700 habitantes, está llena de
tiendas de recuerdos, y es posible comprar a precios razonables piezas de
alfarería, de corcho y mimbre, así como mantos tradicionales de lana
multicoloreada. El vino de la zona (vinho
de Reguengos de Monsaraz, concelho del que forma parte) es un
caldo con cuerpo, de los que se pegan a la garganta e invitan a comer su incomparable
borrego ao forno, su cabrito y los omnipresentes ensopados.
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