LA IRRESISTIBLE COSTA ALENTEJANA
Moisés Cayetano
Rosado
Cuando estamos viajando por la inmensa planicie
alentejana, abrasante en verano, siempre necesitada de un golpe de lluvia,
apetece hacer una escapada hacia el mar, estirando
la raya hasta el Atlántico en esa Costa Azul que es el destino de tantos
alentejanos y extremeños, no sólo en vacaciones sino frecuentemente en
fines de semana. Una especie de tesoro salado a nuestro alcance.
Si accedemos desde el sur, entramos por el concelho
de Sines, topándonos con un reguero
de playas bajas y arenosas, suaves, delimitadas por roquedos calizos, de
plegamiento inclinado hacia el mar, que las acotan y evitan la monotonía de una
costa sin fin.
Vista da Ilha de Pessegueiro desde el Forte exterior |
Son tantas que hemos de escoger. Yo me quedo primero
con la playa frente a la islita do
Pessegueiro, donde además de comer un envidiable arroz de mariscos podemos
deambular por su impresionante fuerte del siglo XVII al borde mismo del agua;
enfrente tenemos el islote, al que se
puede llegar en lancha de pescadores (se organizan paseos en barcazas desde
Porto Covo): allí encontraremos restos de otra fortificación similar y
vestigios cartagineses y romanos -especialmente instalaciones para salazones-,
que durante siglos fueron saqueados por los múltiples piratas que buscaron
refugio en el lugar.
Cala de Porto Covo |
A unos 3 kms.
tenemos Porto Covo, que merece mención aparte. Aldea de pescadores,
conserva una plaza y calles que confluyen a ella de enorme plasticidad,
maravilla de urbanismo y arquitectura alentejana preservados desde el siglo
XVIII, restaurado y acondicionado todo: pavimentos, fachadas, casas, bares...
con un gusto fuera de lo común, predominando el adoquinado calcáreo, el blanco
de fachada, azulón en zócalos, rojo y blanco en puertas y ventanas, teja árabe
y mucho arbolado. A este atractivo se une el de sus playitas -debajo de sus enormes acantilados- de arena blanca y
fina, sus aguas cristalinas y el pescado abundante, que podemos tomar en
sugerentes caldeiradas de peixes.
De ahí, todo un rosario de playas nos llevan hasta Sines. Es posible que la de San Torpes nos interese
más ahora. Si las anteriores eran pequeñitas, familiares, aquí estamos ante
varios kilómetros de arena, que entroncan con Sines, capital del concelho,
donde podremos visitar su castillo medieval y la Iglesia Matriz gótica, reconstruida
en el siglo XVIII.
A unos 17 kms. al este se encuentra Santiago de Cacém; antes de continuar
por las playas, merece una ojeada: la justifica su sobresaliente castillo, con muralla casi completa de diez torres y
barbacana prácticamente íntegra; pero sobre todo, la cercana ciudad romana de Miróbriga, uno
de los ejemplos romanos más completos que se conservan en el mundo.
Troia vista desde el Forte de S. Filipe, de Setúbal |
De allá, volvemos de nuevo a las inacabables playas,
todas seguidas, 60 kms. más, hasta la Reserva
Natural del Estuario del Sado. Habremos ido pasando por la muy
frecuentada de Melides, por la de Carvalhal, la de Comporta,
y recalaremos en esa lengua de tierra rodeada de mar que es Troia, que
nos pone enfrente de Setúbal y conserva unas valiosas ruinas romanas -Cetóbriga-
con 2000 años de antigüedad.
Bordeando el río Sado, dejamos las
playas para descansar en Alcácer do Sal,
la Salatia Urbs Imperatoria de los romanos, ciudad episcopal con los
visigodos y uno de los emplazamientos más poderosos de la Península con los
árabes, reconquistada por los cristianos en 1217. Todas estas civilizaciones
han dejado allí su impronta, destacando su monumental castillo, síntesis de
estas culturas. Él le ha dado su nombre a la ciudad: Alcácer, alcazaba,
fortificación (topónimo árabe). Y do Sal por haber sido ya con los
romanos un gran productor de sal. Hoy lo es de arroz, de corcho, de piñones, y
lugar delicioso para el turista reposado.
Todo un reto para un verano caluroso que
aquí se ve suavizado por el Océano Atlántico, siempre suave y acogedor.
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