lunes, 11 de noviembre de 2013

Portinho da Arrábida. De las ruinas romanas de Creiro a la Lapa de Sta. Margarida, con el Forte de Sta. María al medio


Moisés Cayetano Rosado
Setúbal es todo un tesoro en patrimonio monumental eclesiástico y civil, así como en militar, donde sobresale el portentoso Forte de S. Filipe, que inaugura la Edad Moderna; no digamos la importancia de su oferta gastronómica autóctona, que en peces y mariscos no tiene rival.
Enfrente, al sur, Troia es un destino tentador por sus playas inmensas y por sus yacimientos romanos, que nos hablan de la importancia especial de las conservas y salazones de pescado, de hace más de dos mil años.
Al norte, Palmela parece un gran barco varado encima de la montaña que corona el espacio septentrional de la Serra da Arrábida: medieval, renacimiento y barroco se concentran en su recinto fortificado, formando un conjunto inigualable.
Y si caminamos al oeste, ¿qué decir de Sesimbra, apenas 20 kilómetros más allá, otra tentadora oferta de playa, montaña, fortalezas y gastronomía?
Al este, las marismas del río Sado se prestan a la aventura marinera de sus aguas tranquilas, donde reinan bandadas de flamencos y gaviotas.
Pero ahora quiero detenerme en ese espacio intermedio insinuado. En ese borde marítimo delimitado al sur por un mar generoso con pequeñas y medianas playas, semiescondidas por las elevaciones que enseguida las protegen, y al norte por ese paredón calcáreo, tan cubierto de exuberante vegetación que es la Serra da Arrábida, uno de los parques naturales más importantes de la Península ibérica.
E incluso quiero acotar aún más, pues podríamos perdernos en la Sierra, en su Convento franciscano -siglo XVI-, de Nossa Senhora da Arrábida, o en sus encantadores pueblecitos, no resistiendo la tentación de pasar por Azeitão, cuyo queso de oveja -con denominación de origen protegida a nivel europeo-, es uno de los más deliciosos que nos sean dando degustar.
Hablemos ahora -tras este extenso preámbulo- solamente de los alrededores de Portinho da Arrábida, pasado el fabuloso Forte de Santiago de Outão, del siglo XVII, así como las playas de Figueirinha y Galápagos, pero antes de la playa de Alpertuche y la de California, ya casi en Sesimbra.
Lo primero que se nos ofrece, al borde de la carretera sinuosa es la indicación para llegar a las ruinas romanas de Creiro, a pocas centenas de metros de esta vía que sigue las curvas de la costa.
Colocadas sobre un morro que parece precipitarse hacia el mar que está a sus pies, contemplamos un asombroso complejo industrial de producción de salazón de peces (sardina y caballa), de los siglos I al V d.C., con unidad fabril de numerosos y variados tanques de aristas en media caña (curvas) por cuestiones de higiene, balneario completo, cisterna, almacenes de planta rectangular y sistema de captación, canalización y almacenamiento de agua dulce.
En un espacio limitado, rodeado de abundantísima vegetación mediterránea de montaña, se nos ofrece toda una lección de las actividades industriales relacionadas con la salazón y almacenamiento de pescado por los romanos, con su complemento de asueto para los trabajadores: el balneario. La extraordinaria excavación y su conservación son admirables.
De ahí, un poco más adelante, pasamos al Forte de Santa María, pequeña fortaleza al borde del mar, construida a partir de 1670 y reforzada en 1798. Tras perder su función militar de protección a Portinho y al Convento de Arrábida, pasó en 1932 al destino de hostelería y restauración, que conservó hasta 1976.
Planta del Forte (recibida de Rosarinho Salgado Alves Gatto)
En la actualidad, el Forte alberga un pequeño Museu Oceanográfico, con un centro de biología marina. Las vistas desde su terraza, tanto al mar como a la sierra, son extraordinarias.
Y ya, por el mismo camino que desde la carretera inicial nos ha llevado al Forte, un poco antes, sale una senda descendente, escalonada -con unos 200 escalones-, que nos lleva de inmediato a la Lapa de Sta. Margarida, una inmensa gruta calcárea, que alberga una curiosa capilla del siglo XVII en su zona central, donde pueden reunirse hasta 500 personas.
La vista del mar, el choque de las olas, el piar de las gaviotas, desde el interior, nos ofrecen una imagen de luz y sonidos extraordinaria; ese interior, que semeja un gigantesco cuenco cerrado, con pasadizos laterales poco explorados, estalactitas goteando, gruesas columnas calizas que parecen sostener la amplia techumbre, el altar lleno aún de vírgenes, santos, flores, velas… -pues aún se siguen haciendo ritos religiosos en ella- nos coloca en una dimensión especial.
Belleza natural, religión, leyendas, magia, se mezclan en este increíble espacio, utilizado por marinos, pescadores y lugareños a lo largo de los siglos, como lugar de encuentro y de celebraciones, que -transformadas- se mantienen.

Salimos al exterior, al puerto de Portinho: ¡qué olor a pescado asado en sus casas y en sus restaurantes palafíticos! ¡Y qué olor, también a fragancia de bosque y de mar!

2 comentarios:

  1. Como siempre, me haz hecho viajar a esos maravillosos lugares con tu relato, pero también como siempre haz desatado mi envidia.....ja....ja. Abrazo para tí y tu esposa desde Buenos Aires.

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    1. Muchas gracias, querido amigo. ¡Ay!, Buenos Aires querido. Algún día tengo que volver...

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