sábado, 15 de diciembre de 2012


"LOS NIÑOS DE EXTREMADURA VAN DESCALZOS"

Por Moisés Cayetano Rosado

Alguna vez he referido la entrevista que le hice para el periódico HOY al gran poeta Salvador Espriu ¡hace cuarenta años!  A pesar de todo tiempo transcurrido, me sigue resonando aquella frase suya: “Ustedes los castellanos es que no nos comprenden o no quieren comprendernos”. En esa ocasión, tan joven, me quedé de piedra. De piedra porque yo no me sentía, no me siento, castellano, y no fui capaz de decírselo, de comunicarle mis reflexiones interiores, que realizo ahora.
No, yo no soy castellano. Soy extremeño. Procedo de una tierra que resistió a la invasión del Imperio romano con todo su coraje y un líder lusitano, Viriato, que mantuvo en jaque al invasor con su estrategia de guerrillas.
Una tierra que, romanizada, tuvo un intenso desarrollo cultural e influencia por esa macrorregión que hoy forman Extremadura y Alentejo. De aquella época nos queda una de las ciudades con mayor legado arqueológico romano de Occidente: Mérida, capital de la Lusitania.
Esta tierra, luego, tras la invasión islámica llegó a conformar el Reino Aftasí que se extendió hasta Setúbal y Lisboa, y del que nos quedan importantes legados, como la Alcazaba almohade de Badajoz, una de las más grandiosas del arte constructivo militar musulmán.
No soy castellano, sino de esta tierra a la que la Reconquista castellana engulló, bajo control de las Órdenes Militares, sus Maestrazgos y Encomiendas, que repoblaron nuestro suelo y gestionaron  su riqueza: esas ovejas merinas y su lana, que se manufacturaba fuera, enriqueciendo a otros, potenciando su desarrollo industrial.
Luego, al llegar la Edad Moderna, se conformarían los grandes Señoríos, la acaparadora nobleza ante la que miles de campesinos sojuzgados tomaron la decisión de buscar un destino de salvación en la recién “descubierta” América: tras Sevilla, Extremadura ofrece los mayores porcentajes de emigración de los siglos XVI y XVII; estábamos siendo desposeídos de medios de subsistencia y había que marchar “a la aventura”, donde algunos triunfaron (los “conquistadores”, entre los que sobresalieron tantos extremeños) y muchos se hundieron en la desventura y el olvido.
¿Qué decir de lo que luego nos esperaba aquí? Las desamortizaciones del siglo XIX acabaron de proporcionar a los ya potentados y burguesía ascendente los latifundios que monasterios y concejos aún tenían, usufructuados en parte por un pueblo que ahora se queda por completo sin ellos: nueva emigración, más desposesión y miseria. ¡Por si fuera poca la que nos proporcionaron las Guerras de Restauración con Portugal (1640-1668), las de Sucesión de la Corona española (1701-1714) y las de Independencia contra Francia (1808-1814), tan virulentas en la frontera, ocupada por decenas de miles de soldados a quienes mantener, con tantas muertes, tantos enrolamientos a la fuerza, tantos saqueos, tantas destrucciones…!
Pero el siglo XX nos reservaba otra “seña de identidad”: ser la zona con mayor porcentaje de emigración de toda la cuenca mediterránea, pues la mitad de nuestros habitantes tuvieron que marchar a otros lugares de la Península y de Europa.
Sí, nosotros, los extremeños, tenemos nuestras propias raíces, nuestra propia idiosincrasia. Compartimos con “los castellanos” el idioma, pero también con los cubanos, y con los argentinos, y con los colombianos, o los chilenos, o los peruanos, o los dominicanos… en fin más de la mitad de América, y no por ello somos de ninguna de esas queridas naciones.
Es decir, las sensibilidades de los pueblos, la identidad diferencial, no va únicamente unida a la lengua; también a las raíces históricas, al legado cultural, patrimonial, los sufrimientos y también alegrías de sus antecesores. “Los niños de Extremadura/ van descalzos./ ¿Quién les robó los zapatos?”, escribía Rafael Alberti en 1933, resumiendo tantos años de historia y de zozobra.
Tal vez los catalanes no son bien comprendidos por el resto de los habitantes de la Península. Y lo lamento. Y apoyaré siempre las decisiones expresadas democráticamente, la voluntad del pueblo en sus proyectos de futuro. Pero somos más pueblos  los que también formamos este solar ibérico, tan diferente y rico, tan complejo y respetable cada uno, con sus aspiraciones a veces tan calladas, tan sin voz.
Comprendernos y respetarnos todos en nuestra identidad y en la diversidad es nuestro reto: “Recuerda siempre esto, Sefarad”, decía Salvador Espriu. Recordémoslo todos, seamos de Castilla, Aragón, Andalucía, Extremadura…, Cataluña Galicia, País Vasco, Valencia, Portugal…

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