OPINIÓN
Periódico HOY
POR MOISÉS CAYETANO ROSADO
En aquellos años «revolucionarios» de los comienzos de la democracia, nos
emborrachábamos de «internacionalismo proletario» y no queríamos ni oír hablar
de patrias, pues qué tenían que ver los jornaleros extremeños y andaluces con
los terratenientes absentistas de sus regiones respectivas; qué un minero
asturiano con el empresario ovetense de las minas de carbón
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¿EXISTE ESPAÑA? ¿Y LO ESPAÑOL?
Alguna
vez he hecho referencia a versos del poema de mi admirada María Elvira Lacaci,
“La Puerta del Sol”, como estos: “Tropezaron mis ojos/ con grandes titulares/
de los periódicos/ colgados/ en los quioscos de la Puerta del Sol,/ que con
orgullo/ decían a toda plana/ ‘España afirma…’, ‘España espera…’ O bien ‘Cree
oportuno’”.
María
Elvira quiere averiguar “Quiénes eran España” y comienza a observar a las
personas que ve y reflexiona sobre ellas: las que salen por las bocas del Metro, “cada cual/
solamente a lo suyo”; una mujer que revende entradas; los ciegos que vocean en
las esquinas “sus números iguales”; la gente esperando en la cola del autobús;
una embarazada que se fatiga y mira escaparates; el limpiabotas, que se gana el
pan “a fuerza de sonrisas y cepillo”; los soldados paseando; las chicas de su
pueblo aguardándoles… Y concluye: “Pero no. Cada cual/ un amor, una lágrima,/
un rencor que no cesa./ Una perenne lucha. En su existencia”.
¿Cómo y
dónde buscar, entonces, esa común España?
“España
-nos indicaba en sus postulados la Falange de José Antonio Primo de Rivera,
siendo luego slogan primordial en nuestra larga dictadura- es una unidad de
destino en lo universal”. Pero cuando, de niño, yo lo recitaba de carrerilla en
la escuela, solo veía un destino universal entre mis amigos y sus familiares:
la emigración que iba diezmando nuestros pueblos y que extendió ese destino
totalizador a las naciones más prósperas de Europa, como lo llevó mi abuelo a
la Argentina a principios del siglo XX, en aquella tremenda emigración
transatlántica.
De
adolescente se me pegó como lapa esa canción de Jacinto Guerrero, compuesta en
1927, que a los que veíamos el servicio militar cercano nos llenaba de chispas
la mirada: “Soldadito español, soldadito valiente/ el orgullo del sol,/ es
besarte en la frente”. Sí, se refería a aquellos pobres reclutas que marcharon
a finales del siglo XIX a morir en las maniguas de Cuba y Filipinas hasta el
desastre del 98, y a los que a principios de siglo XX, hasta el momento de la
composición de estos versos, dejaban el pellejo en Marruecos, en aquellos
terribles enfrentamientos con los rifeños. ¡Lástima que ese orgullo no se
extendiera también a los que tenían unos padres que se podían permitir el lujo
de librarlos de tan alto honor, pagando una subidas cantidades dinerarias para
librarlos del servicio militar en los morideros del mundo!
Luego,
cuando hice la “mili”, obligatoria, en el arma de Aviación, nos enseñaron a
gritar más que cantar: “Volad, alas gloriosas de España,/ estrellas de un cielo
radiante de sol./ Escribid sobre el viento la hazaña,/ la gloria infinita de
ser español”. Pero mis compañeros y yo únicamente volábamos encima de los
apestosos camiones que recogían la basura del cuartel y de las residencias de
suboficiales y oficiales de las Palmas de Gran Canarias. En consecuencia, nunca
pudimos sentir “la gloria infinita de ser español” de los versos de José María
Pemán, sino unas enormes arcadas por lo pestilente de los restos putrefactos de
pescado del rancho y los violentos volantazos del conductor del camión.
Después,
en aquellos años “revolucionarios” de los comienzos de la democracia, nos
emborrachábamos de “internacionalismo proletario” y no queríamos ni oír hablar
de patrias, pues qué tenían que ver los jornaleros extremeños y andaluces con
los terratenientes absentistas de sus regiones respectivas; qué un minero
asturiano con el empresario ovetense de las minas de carbón, o un fundidor de Vizcaya
con el dueño de la siderurgia, por muy de la ría de Bilbao que éste fuera.
¿Y no es
cierto que un aldeano extremeño de la Raya puede encontrarse más cercano a otro
de Alentejo que a uno de Galicia; o el alentejano con él en vez de con otro de
la región de Minho?
Entonces,
¿qué es España? Y ¿qué es lo español? ¿Qué es cada cosa, aparte de lo
administrativo y legalmente establecido? ¿Y cómo es de inamovible todo ello, habida
cuenta de los cambios de tantas cosas, conceptos, concepciones, territorios, a lo largo de la historia? A lo mejor “de
mayor” consigo contestar a estas preguntas tan difíciles ahora para mí.
Las respuestas a estas preguntas se obtienen preguntando a los extranjeros más que los españoles. Es curioso pero a unos catalanes y a mi, que soy extremeño, nos percibían igualmente, como españoles, en Berlín.
ResponderEliminarFaustino Hermoso
Difícil respuesta a la pregunta sobre el ser español, que afinidades nos unen, un territorio unido por imperdibles?, quizá, una cultura en la que alguien pretende enraizar la fiesta nacional, y elevarla al rango de patrimonio inmaterial de la humanidad?, seguro que no, el castellano esa hermosa lengua oficial? seguro que no, los que hablamos vascuence, catalán o gallego no somos oficialmente españoles, es posible que no en espíritu. Hay demasiados agravios en este país para que mucha gente podamos sentirlo como nuestro, te lo dice un aragonés catalonoparlante que sabe que es ser agraviado en su región, por su gobierno por algo tan fútil y tan importante a la vez como es la lengua.
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